«El consumidor -informado objetivamente- debe adoptar la decisión que estime más oportuna, teniendo en cuenta sus condicionantes socioeconómicos y sus estilos de vida».
Álvaro Franco Oliván.
Los escándalos alimenticios, por un lado, y el consiguiente crecimiento de la preocupación por parte del consumidor por los temas relacionados con la seguridad alimentaria, por otro, ha situado a los organismos genéticamente modificados (OGM) en el centro de una acalorada controversia en la que se mezclan, de forma indiferenciada, argumentos éticos, científicos, sociales, políticos y económicos.
En efecto, si bien se ha producido una buena acogida por parte del sector agrícola productor, las organizaciones ecologistas y determinadas asociaciones de consumidores han alertado sobre las posibles consecuencias de los cultivos transgénicos en la salud humana y en el medioambiente. Sin embargo, muchas de las informaciones suministradas se han magnificado por los medios de comunicación social, generando una creciente preocupación en el sector de consumidores.
A partir de la información suministrada por el ITEA de Barcelona, sobre una muestra representativa de la población española, se ha pretendido aportar información sobre el comportamiento del consumidor español en relación con los alimentos transgénicos. De los resultados obtenidos, parece desprenderse que el grado de conocimiento que los consumidores españoles tienen hacia los productos con OGM es muy inferior al existente en otros países europeos o en Estados Unidos, teniendo en cuenta los resultados obtenidos en trabajos similares.
Por otra parte, los consumidores españoles tienen una actitud pasiva ante la búsqueda de información, en el sentido de que son los medios de comunicación las principales vías a través de las cuales se recibe información. Y como estas informaciones están en cierto modo inclinadas hacia el sensacionalismo, la actitud que de partida tienen los consumidores hacia estos productos es mucho más negativa que la existente en otros países, debido precisamente a esa desinformación.
Solamente aquellos consumidores que tienen una información más objetiva y, por tanto, más correcta, de lo que implica la modificación genética, muestran una actitud más positiva hacia la misma y hacia los nuevos productos generados. De todo ello se desprende la necesidad de aportar información objetiva a la ciudadanía, no tanto sobre alimentos transgénicos específicos sino, en general, sobre las ventajas y limitaciones de las nuevas tecnologías. A partir de dicha información, el consumidor debe adoptar la decisión que estime más oportuna, teniendo en cuenta sus condicionantes socioeconómicos y sus estilos de vida.
De cualquier forma, hay que subrayar que el consumidor cuenta con información a la hora de adquirir cualquier alimento transgénico, ya que la Unión Europea mantiene regulaciones obligatorias y estrictas en relación al etiquetado, exigiéndolo en el caso de alimentos genéticamente modificados e ingredientes con un nivel de tolerancia del 0,9 por ciento en el producto ofertado.
Álvaro Franco Oliván